Tristeza.



                   Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 2 de marzo de 2018.

Nos ha nevado. Nos ha nevado mucho, y si bien eso es positivo para paliar la sequía que nos amenazaba, también ha sido negativo porque las calles se helaron y la gente se resbaló y acabó dando con sus huesos en el empedrado. El problema es que esos huesos que caían eran huesos ya viejos, gastados, comidos por la osteoporosis o cosas similares, que dada la edad media de nuestra ciudadanía, es una teoría de lo más plausible. A esas osamentas añejas las ha revalorizado el gobierno un 0,25%. Bueno, no exactamente a las osamentas, sino a la economía que las sostiene. Ese 0,25%, para que conste, es el mínimo legal establecido en la fórmula de revalorización introducida en la última reforma de pensiones, que tiene en cuenta los gastos e ingresos del sistema y establece una subida mínima del 0,25% y un techo máximo del IPC más un 0,50%. La ridícula subida, permítanme que la califique así, ha provocado que todas esas osamenta que se sienten agraviadas hayan salido a la calle a manifestarse, a protestar como una manada de viejos elefantes a los que les ha podido más la dignidad que los achaques o el frío. Da pena ver a osamentas que han sustentado (iba decirles a un país, pero eso queda muy abstracto) a familias enteras, nietos e hijos, con pequeñas migas que suponían la mayoría de las veces el pan de cada día de personas que no tenían ni qué comer, ni dónde dormir, ni lágrimas que llorar por agotadas estas, a la intemperie. Es muy triste verlos ahí, apiñados para sobrellevar el frío, recitando proclamas rimadas como protesta. Bastaría con que salieran a la calle y se manifestaran callados, como un monumento conjunto a la vergüenza de quienes los maltratan y humillan con una recompensa del 0,25%. Pena y tristeza unidas, que si bien no tienden a ser motivos de muerte clínicamente válidos, sí nos acaban arrastrando a ella. Porque nos impiden respirar, porque nos duele el pecho, y ello nos provoca un ataque al corazón. Un corazón roto ya desde hace muchos años de usarlo para apoyar a los héroes caídos por la crisis; a los parados de larga duración, a los de la pobreza energética, a los niños que apenas pueden tener dos comidas diarias. Esos hijos y nietos que las viejas osamentas ya no pueden sustentar y a las que se las recompensa con la medalla del 0,25%. País.
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