Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 28 de marzo de 2018.
Hace más o menos 65 años
Luís García Berlanga dirigió “Bienvenido, Mister Marshall”,
película que para gran parte de la crítica es la mejor rodada nunca en España. Como suele ocurrir con muchas historias de la literatura, y el cine en este caso, bajo la
apariencia de una sencilla narración hay escondida tal carga de significado que acaba
otorgándole una trascendencia mucho mayor, hasta llegar a alcanzar la categoría de símbolo. Doy por hecho que ustedes conocen de sobra el argumento, pero por si
acaso lee esto algún despistado, paso a ponerle en antecedentes. La película
comienza describiéndonos un tranquilo y humilde pueblo castellano, Villar del Río, ajeno a las
agitaciones del mundo; tal es así que el reloj de su ayuntamiento marca siempre
las tres y diez y en su escuela cuentan con un mapa europeo donde todavía aparece el Imperio Austrohúngaro. Respecto a las fuerzas vivas del lugar, tenemos
al cura, al conductor del autobús, al médico, al boticario, a las cotillas
oficiales del pueblo, y por encima de todos el principal terrateniente, Don Pablo, un anciano ligeramente sordo que también ejerce de alcalde
como mero pasatiempo. Pero un día, la tranquila rutina de la villa se ve alterada por la presencia de una autoridad gubernamental que les comunica que van a recibir la
visita de los representantes en España del Programa de Recuperación Europea,
también conocido como Plan Marshall. Es decir, vienen “los americanos”, y
llegan dispuestos a dejar mucho, muchísimo dinero. En Zamora no hace
falta que venga ninguna autoridad a anunciarnos ningún plan de recuperación.
Aquí sabemos que bien a finales de marzo como pronto o a finales de abril como
tarde, la Semana Santa llega como maná caído del cielo. Avalanchas de gente,
foráneos asombrados por el bullicio de nuestras calles y repatriados que
aprovechan su estancia esos días para decirnos qué y cómo debemos hacer aquí las
cosas, nuevos contratos de trabajo de escasos 15 días, peleas entre el comercio
ambulante y el tradicional y muchos cristos y vírgenes. En la escena final de
la película, la bandera de Estados Unidos se va por un sumidero junto con todas
las esperanzas, deseos e ilusiones expresados por los habitantes del
pueblo. Aquí, al final de la Semana Santa, sólo queda la cera de las velas
pegada al pavimento durante unas pocas semanas. La vida es así de decepcionante.
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