El alma.


       Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 27 de octubre de 2017.

      Hoy viernes no solo tienen ustedes la fortuna de que este periódico salga a la calle, sino de que el Sr. Apple (vale, ya sé que no es un señor como tal, pero a mí me gusta imaginar que existe un señor Apple sentado en un trono en una torre de marfil desde donde gobierna su compañía homónima) nos permita desde hoy reservar su nuevo iPhone, llamado X. Me dirán que no deja de ser “otro móvil más” pero la cuestión está en el carácter místico que rodea al producto en cuestión. Una mística consumista, vale, pero mística al fin y al cabo. ¿Tienen los móviles alma? Pues hombre, aquí necesitaríamos apoyo teológico, pero desde mi punto de vista les adelanto que sí, incluso me atrevo a decirles que les puedo demostrar este extremo. ¿Conocen ustedes la teoría de la transmigración del alma? Pues la “metempsychosis”, que es como la llamaban los filósofos griegos, nos dice que un alma puede pasar de un cuerpo a otro para comenzar a residir en ese otro. Según esto, cuando ustedes cambian de terminal, lo primero que hacen es pasar del viejo al nuevo todos los datos y contenido que estiman relevante. Una vez hecho esto, encienden el nuevo teléfono y voilà, aquello que formaba parte del móvil viejo, ahora lo es del recién estrenado; el alma reside ya en un cuerpo nuevo y si ese cuerpo nuevo es el iPhone X del que les hablaba, ese alma seguro que es mucho más feliz y ustedes ni les cuento. Deducimos de todo esto que el alma es una especie de espíritu, de dios menor, que desciende de las nubes (entendidas estas como modelos de uso de los equipos informáticos, donde trasladas tus archivos y programas a un conjunto de servidores a los que puedes acceder a través de Internet) y se instala allí donde se siente a gusto, y cuando no, emigra a otro lugar. Si forzamos un poco esta concepción, el alma podría ser cualquier empresa catalana de esas que, viendo lo que se le viene encima, ha decidido huir de allí para ubicarse en plazas más confortables. El binomio alma-cuerpo mantiene la esperanza de que, pese a la desaparición del segundo, la primera permanezca. Machado no lo debía tener tan claro cuando escribió lo de “quisiera traerte muerta mi alma vieja”. Igual que las empresas que se han mudado le dicen ahora a Puigdemont.

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