Publicado en El Día de Zamora el 19 de octubre de 2017.
Cada vez
tengo menos memoria. “La edad”, me dirán algunos, y no seré yo el que les vaya
a llevar la contraria. Así que, como me va costando recordar las cosas, las
escribo. Y lo hago, no ya con la intención de recordarlas, que llegado el
momento me da igual no acudir a una cita, no felicitar un cumpleaños o no
llamar para fingir preocuparme por alguien que en realidad no me importa. Yo
escribo las cosas para que no me las hackeen, y es que, de un tiempo a esta
parte, creo en la existencia de unas entidades a las que podríamos denominar
neurohackers que se dedican a penetrar en nuestros recuerdos, robárnoslos y
dejar ahí un vacío incómodo en el que buscar y rebuscar para acabar concluyendo
con un lacónico “no me acuerdo”. Para evitar esta especie de robo mental, llevo
un par de noches durmiendo en la habitación de al lado de la que es mi
habitación. Y cuando les digo durmiendo, en realidad me refiero a vigilando. Me
embosco allí y observo la estancia, cómo dormía en ella, como mi vientre subía
y bajaba con cada respiración, como tendía a atravesarme en la cama y como,
cada mañana, me costaba la vida salir de ella. Así un día y otro hasta haberme
convertido en un voyeur de mis recuerdos. La mecánica para el resto de mis
actividades es la misma, a saber, trabajo en un estudio cercano a mi despacho,
como frente a la silla en la que solía sentarme y procuro mantener una
distancia paralela, si es que ese concepto puede existir, con los seres con los
que solía relacionarme. Todo este comportamiento, neurótico le parecerá a la
mayoría, me ha dado la posibilidad de ir donde nunca habría ido, hacer cosas
que nunca hubiera hecho e incluso hablar con quien nunca había hablado, y ello,
aunque suene aterrador, me ha enriquecido como persona y no en el sentido
monetario. Si bien la idea de este plan era mantener mis recuerdos a salvo,
todos ellos han sido sustituidos por unos nuevos, los cuales a su vez me
vuelven a robar pero que pronto paso a ocupar con otros. Un círculo vicioso de
vaciado y llenado mental, pero miren, si lo meditan, es como respirar. Si
siempre inspiraran el mismo aire en sus pulmones, llegaría un momento en el que
este estaría tan viciado que les asfixiaría. Pues con los recuerdos pasa algo
parecido.
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obligatorio.
Muy bueno!
ResponderEliminarAgradecido D. Joaquín. Como siempre.
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