Escuchen.


             Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 1 de septiembre de 2017.


      Septiembre está de vuelta y aquí el que les escribe también, no todo podían ser malas noticias. Retornan ustedes con ganas de contarnos sus vacaciones, que enseñárnoslas ya nos las enseñaron hasta la nausea en sus respectivas redes sociales, y aparte de detallárnoslas, pretenden que les hagamos caso. Chejov, Anton, el escritor, no confundirlo con Pavel, el alférez del USS Enterprise de “Star Trek”, escribió un cuento titulado “La tristeza”, en el cual un cochero trata de desahogarse con aquel que quiera escucharle acerca de la muerte de su hijo. Tras varios intentos, con clientes y compañeros de trabajo, nadie parece dispuesto a prestarle atención, y al final el único que le da oídos resulta ser su caballo. La tristeza en el cuento no radica en la circunstancia de la muerte del hijo del cochero, sino en la imposibilidad que tiene de consolarse, de obtener la empatía de alguien más. Y a la vez, prueba que esta a veces viene de donde menos lo esperamos. En 1992, la marina norteamericana detectó, mediante los mecanismos con los que suele rastrear a los submarinos enemigos, un sonido que se acabó clasificando como un “bloop”, como el canto de una ballena. Las ballenas reconocen a su especie y a sus familias por el sonido, y la similitud de este les permite rastrearse y reunirse con sus semejantes en la inmensidad del océano. Sin embargo, el canto que emitía esta ballena, grave, similar al de una tuba, no era parecido al de ninguna otra conocida. Desde entonces, los científicos siguen registrando este sonido, al que nadie responde. La ballena en cuestión emite en una frecuencia de 52 hertzios, y es como si hablara algún tipo de lengua ya extinguida entre los suyos y por ello no pudiera recibir respuesta alguna. Desde 1992, que sepamos, esta ballena ronda los mares buscando alguien con quién comunicarse. No quiero decirles yo que presten atención a cualquier idiota que quiera contarles lo fascinantes y exóticas que han sido sus vacaciones, pero tampoco hagan oídos sordos a los que les rodean, no provoquen que tengan que recurrir a su caballo. Y si por un casual alguien les habla y no le comprenden, intenten hacer un pequeño esfuerzo. Incluso si esa comunicación es cara a cara y no a través de what´s app o medio tecnológico similar. 

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