Verano.


      Publicado en El Día de Zamora el 22 de junio de 2017.

    Ya es verano de manera oficial, así que debemos deducir que todo lo que llevamos pasado de infierno no era más que un ensayo general, un preparativo para procurar que el estreno del verano se produjera sin fallo alguno. Y si asomamos la cabeza por la ventana hemos de inferir que en efecto, el estreno ha sido todo un éxito. ¿Y qué es lo que nos trae el verano? Pues nada bueno, como siempre. Aparte de un calor infernal, el insomnio, y el tener que aguantar los malos olores de cuerpos escasos de higiene, poca cosa más nos proporciona. Pero eso sí, durante todo el año, todo, la gente, descerebrada como es, no hace otra cosa que anhelar el verano, desear su llegada, idealizándolo, dejándose llevar por la publicidad engañosa de viajes exóticos y lujosos cruceros, circunstancias ambas que nunca experimentarán, pero que con su sola imagen en la pantalla les provoca un aumento momentáneo de la serotonina para después hundirles en la más profunda depresión. Y es que, como en otras muchas cosas, no sabemos en realidad qué es lo que nos conviene. Así, a modo de ejemplo, deseamos playas paradisiacas cubiertas de cuerpos apolíneos y desnudos, cuando de todo eso lo único que vamos a obtener van a ser sudores y melanomas cutáneos. Idealizamos el verano, cuando es la estación del año en la que los niños no están recluidos en sus centros de educación y andan sueltos por las calles dando voces, llorando, e incluso acercándosenos. Idealizamos el verano pensando que tendremos algún erótico encuentro casual, que una noche, así sin más, conoceremos a alguien en una terraza, que cruzaremos las miradas y esa persona se levantará, se acercará a nosotros y nos susurrará un “vamos” mientras se aparta de la multitud y se dirige a un lugar más íntimo. Y ese “vamos” hará que ingiramos nuestra consumición y nos apresuremos a perseguir a semejante ser que nos ha insinuado con una simple palabra la contraseña del paraíso. “Vamos”, mientras nos guiamos en la oscuridad por las miguitas que en forma de sandalias y un vestido nos ha dejado nuestra inesperada anfitriona. Puede que tengamos un momento de duda, que tratemos de desconectar y hacer que nuestra mente nos lleve de nuevo a la razón o a la monótona realidad, pero esa palabra, “vamos”, ya ha quedado grabada en nuestro cerebro y nos hace seguir el rastro de su invocadora como hipnotizados, un encantamiento que nos lleva hasta un portal, del que ni el zumbido del ascensor nos saca, ni el ruido de las llaves al abrir la puerta, ni el susurro de la mampara de la terraza al deslizarse, ni el impacto de su cuerpo al estrellarse contra el asfalto, ni los gritos de la gente en la calle tras presenciar semejante espectáculo. Y así es el verano, embaucador y seductor, pero…

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