Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 28 de junio de 2017.
Esta semana
se celebran las fiestas del orgullo. Del Orgullo habría que escribir, que
empezó siendo “Orgullo Gay” para quedarse en “Orgullo” y así incluir tanto a gays
como lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales y queer. Se celebra la
semana del 28 de junio para conmemorar los llamados “disturbios de Stonewall”, una serie de
manifestaciones espontáneas en protesta contra una redada policial que tuvo
lugar en la madrugada del 28 de junio de 1969 en el pub Stonewall Inn, ubicado
en el barrio neoyorquino de Greenwich Village. Se citan estas revueltas como
la primera ocasión en la historia de los Estados Unidos en que la comunidad LGTB
luchó contra un sistema que perseguía a los homosexuales con el beneplácito del
gobierno, y son generalmente reconocidos como el catalizador del movimiento
moderno pro-derechos LGTB en los Estados Unidos y, por extensión, en todo el mundo. En España, la primera marcha del Orgullo se produjo
en 1977 para pedir la derogación de la ley que consideraba al colectivo un
peligro social. Este año el “World Pride” prevé congregar a entre dos y tres
millones de personas, y la Confederación del Comercio de Madrid estima que los
comercios ingresarán unos 300 millones de euros durante los 10 días que dura la
celebración. Habrá actividades culturales como música, danza o teatro, una
feria del libro, una feria de artesanía y un escenario en el que además de
actuaciones se impartirán seminarios, talleres y mesas redondas. Y también el
desfile de carrozas, la guinda del pastel. Un desfile en el que esas carrozas
irán patrocinadas, vamos, que serán carrozas comerciales. ¿Han dejado de ser
las fiestas del Orgullo un evento reivindicativo para convertirse en un
acontecimiento mercantil? ¿Se valora su éxito sólo por los millones que genera?
En mi opinión, estamos en plena deriva de convertir un acto de protesta, con su
tinte festivo, en un sarao lúdico vacío de contenido ideológico. Estamos al
borde de dejar de lado la reivindicación de unos derechos que en España siempre
fueron, y siguen siendo en algunos sectores, despreciados, para crear un macrofestival,
un decorado cuyo único objetivo es el de hacer negocio. ¿Es en este decorado
donde tienen que mirarse los debates y las bases culturales de los derechos del
colectivo LGTBIQ? Igual no todo vale en este sistema económico neoliberal que nos
devora. Igual…
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obligatorio.
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