Los exagerados.

                 
          Publicado en El Día de Zamora el 19 de mayo de 2017.



     No sé si será la lluvia, el sube y baja de las temperaturas o qué demonio, pero me noto alterado. Una alteración que no implica un estado de efervescencia o de hiperactividad, sino más bien todo lo contrario; de relajo, de cámara lenta, que roza la apatía. Así, aprovechando esta circunstancia y que el día se presenta más propio de una zona ecuatorial que de la meseta castellana, decidí tomarme la jornada de manera festiva y no acudir a mi puesto de trabajo. Como primera medida para que un día sea de total desconexión con el mundo, dejé el teléfono móvil en casa y apagado. Ahí te quedas, que el que se va soy yo. Me puse unas bermudas, camiseta y sandalias. Nada de paraguas, me daba igual mojarme, es más, con el calor casi era de agradecer. Me dejé llevar y paseando sin más llegué a la playa, la cual, por fortuna, estaba toda mi disposición. Apilé mi ropa y decidí pasear desnudo por la orilla, mojándome los pies en el mar y el resto del cuerpo en la lluvia. Ya les estoy imaginando a ustedes leyéndome y pensando, qué exagerado este y qué poco sentido lo que cuenta. Y es que nos estamos convirtiendo en eso, en seres exagerados, hiperbólicos, donde hay que mostrar todo en abundancia para que cuente, y no nos damos cuenta de que no es necesario sobrecargar la realidad, porque al final todo acaba contando, aunque para ello no valga cualquier medio o modo. En un determinado momento temporal, lo exagerado es lo que más se hace notar, pero en el tiempo lo que acaba quedando son los pequeños detalles que en apariencia carecen de importancia, detalles nimios que creemos nunca la tendrán pero sí. Ese momento en el que coges al vuelo un trozo de conversación, o ves de soslayo un gesto que te hace sonreír de una manera inapreciable, una sonrisa de la que sólo te das cuenta tú pero que vale más que la más escandalosa carcajada. Y sí, a nosotros, a los que nos importa y nos fijamos en cada pequeño y humilde gesto, no esperamos ser entendidos por ustedes los exagerados. Lo sabemos, y también que no van a hacer nada por entendernos, lo cual no nos importa. No sé si será la lluvia, o el clima ecuatorial de esta mayo enloquecido, pero terminé mi paseo, volví a vestirme y continué, creo que de camino a casa, silbado “The dock of the bay” de Otis Redding: “Look like nothing's going to change. Everything still remains the sameI can't do what ten people tell me to do. So I guess I'll remain the same”.


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