Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 3 de marzo de 2017.
Sí queridas personas que me leen,
si todo va como debe ir, hoy día 3 de marzo este periódico estará entre sus
manos y quedarán escasas horas para que sea mi cumpleaños. Como no soy
afortunado ni en hacienda ni en amistades, no podré hacer una celebración al
modo de Bilbo Bolsón, rodeado de seres, manjares, discursos o fuegos
artificiales, y sobre todo, como no tengo un Anillo para gobernarlos a todos,
tampoco podré desaparecer. A decir verdad, no me provoca envidia ni Bilbo ni
ninguna de esas otras personas que celebran sus cumpleaños con grandes fastos y
derroche de medios. No entiendo por qué tanto festejo, salvo que sea por una
cuestión de ego, de narcisismo, de no querer sentirnos olvidados, de creer que
tenemos todavía vínculos afectivos con según y qué seres, de ratificar que no estamos
solos. Y esa ansiedad de asirnos a los demás, en el caso que nos ocupa, con la
excusa de un cumpleaños, me ha recordado el verso de Jorge Boccanera “ningún
cuerpo es tierra firme”. No podemos depositar nuestras esperanzas en otro, no
podemos deambular con la creencia de que, en algún momento llegaremos, con un
hilo de vida, a la orilla de una playa que es “el otro”, porque el hecho de
convertir a ese otro en nuestra tierra de salvación es algo ilusorio. A la
salvación tenemos que llegar por nuestros medios, y si esos medios no alcanzan,
moriremos en mitad del océano, pero no ha lugar a hacer de otra persona nuestro
salvavidas, la orilla que alcanzar. Esto es así porque, en realidad, todos nos
encontramos, ilusos nosotros, buscando esa tierra firme a la que llegar y
descansar, por lo que carecemos de la solidez esperada en ese otro al que ansiamos
alcanzar. Antes o después, más bien antes, ese otro se moverá buscando su
propio asidero y nos dejará de nuevo a la deriva. Es el precio que debemos
pagar por nuestra quimera, y
como bien escribe el propio Jorge Boccanera: “El precio es lo de menos/ todo
cuesta la vida”. Constrúyanse su supervivencia, aléjense de banalidades, de
fuegos de artificio, respondan a sus necesidades con lo mejor de ustedes
mismos. Y si caen en la tentación de celebrar su cumpleaños, no lo hagan por
los regalos. Es el precio que creen pagar los otros por convertirles en su
orilla. Y eso, al final, acaba costando la vida.
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