Autocrítica.


          Publicado en El Día de Zamora el 10 de febrero de 2017.

     Por lo que ustedes ya van leyendo semana a semana, habrán podido comprobar que mi política de supervivencia para estos tiempos oscuros es la de reinterpretar la realidad conforme me venga en gana y lo mejor que pueda para beneficio propio. Que sí, me censurarán que eso es un modo de enmascarar los hechos, una limpieza sin desinfección, un maquillar los golpes, pero miren, como no está en mi mano el poder cambiar este puñetero día a día, hago lo que puedo para poder sobrevivir e intentar hacérselo a ustedes más entretenido. “Este lo que es, es un gilipollas”, pensarán algunos, y no les falta razón dado como define nuestra Real Academia el término: necio o estúpido. Necio, por terco y porfiado en lo que hago o digo, estúpido por falto de inteligencia. Pero he de argumentar a mi favor que ambos defectos trato de suplirlos con cierta imaginación, con una adaptación camaleónica, al modo de Guido Orefice en “La vida es bella”. La cosa es que, queramos o no, no nos queda otra que sobrevivir a pesar de las adversidades. Eso o pasar de ellas y convertirnos en seres inadaptados, lo cual no descarto y que me seduce más que el dejar en manos de la esperanza la solución a nuestros pesares. Así, semana a semana, les distraigo de la visión frontal de la vida haciendo que miren un poco por el rabillo del ojo las situaciones que están fuera del foco, o hago que se pongan las gafas de su vecino de al lado para que tengan una visión de la realidad distorsionada. Bien es cierto que una vez que ustedes se quitan esas gafas o vuelven a mirar a la vida de frente, el problema no ha desaparecido, pero al menos distraídos con mis tonterías han estado un rato. Sin pertenecer a corte alguna, tienen a un bufón particular que les rellena, a golpe de tecla, documentos y documentos en los que plasmo mi visión del mundo. Ya ven, necio, estúpido, bufón… un deprimido, un loco… ya me pongo yo solo los adjetivos, no se esfuercen ustedes. Todo lo que les cuento podría quedar reducido a un ridículo esperpéntico, a una degeneración de situaciones surrealistas que por repetidas, acaban volviéndose rutinarias. Podría decirles que vengo a ser el Ignatius Reilly de “El Día de Zamora”, y que estas columnas, en vez de aparecer bajo el epígrafe “Postales desde el faro”, podrían ser llamadas “La conjura de los necios”, porque al final, de lo que trato, es de conspirar, junto con todos ustedes, contra toda esta mugre social, política y económica que nos rodea, y necios todos nosotros, que aspiramos a derrotarla. ¡Resistan!


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