Normalidad.


               Publicado en El Día de Zamora el 13 de enero de 2017.

        No llueve. Hace frío pero no llueve. Y tampoco es que haga un frío terrible, como el de aquellos inviernos de cuando era pequeño y me abrigaban para ir al colegio como si me fuera a explorar el ártico con Amundsen. Y como no hace frío, pues aprovecho para pasear entre, esa sí omnipresente, niebla en la que nuestro Padre Duero nos envuelve para que nadie pueda ver las miserias de la urbe, cada día más dejada de la mano de cualquier divinidad que se les pueda ocurrir o de institución política alguna. Así, entre paseo y paseo, el otro día me apoyé en la barandilla de piedra de un pequeño puente y dejé correr mis pensamientos junto con el agua que, como no hace frío, no se hiela. Al cabo de un rato, no sabría decirles cuanto, por eso me gusta el término temporal “rato”, cada uno lo interpreta y le da la amplitud que le viene en gana, una voz me trajo del otro lado a este. Una voz un poco aguda, como desesperada, que me llamaba desde el agua para atraer mi atención y pedirme ayuda. La voz de una mujer que, por lo que fuera, se había caído al riachuelo y no podía salir. Le dije que esperara, que iba a bajar hasta la orilla y que la ayudaría a salir. Según me acercaba, pensé en cómo era posible que esa mujer, chica joven más bien, no pudiera salir del agua por sus propios medios, si como mucho cubría por media pierna. La cosa es que, caballeroso y solidario que es uno, me dispuse a prestarle auxilio. Ya más cerca, me llamaron la atención dos cosas, una, que estaba desnuda, dos, que no tenía piernas. Dada mi hábil capacidad de deducción, esa ausencia de piernas era lo que le impedía ponerse de pie y salir del enredo por sí misma. La tercera cuestión que me sorprendió fue que donde deberían estar las piernas, había una cola de pescado. Sí amigos, en el arroyo de Valorio había una sirena varada, como la de la canción aquella. Me ofrecí a prestarle mi abrigo, pero me dijo que no tenía frío, ya les había dicho yo que este año no está haciendo frío, y le pregunté cómo demonio había llegado hasta allí. El resumen de su respuesta fue “que me he liado”. Se había despistado y en vez de entrar por tal afluente salió por el otro, la niebla, no sé qué y zas. Vamos, como les puede pasar a cualquiera de ustedes con el coche, pero en el caso que nos ocupa, del mar al río como un salmón. “Como un salmón” le dije para intentar desdramatizar la situación, cosa que no le hizo ni pizca de gracia, que sirena varada era, pero con muy mal carácter. Como no me veía capaz de prestarle ayuda, llamé por teléfono al SEPRONA. “Sí, una sirena. Sí, en el arroyo de Valorio”. Que iban a identificarme a través de mi número de móvil para denunciarme por tomarle el pelo a las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado. “Mira lo que has conseguido”, le dije con cierto tono de reproche. No me extiendo más. Me fui a una tienda de mascotas, compré una pecera, con peces, algas y demás complementos para que no se sintiera extraña, y ahora, igual que ustedes tienen gato, perro, loro, o todo a la vez, yo tengo una sirena en casa. Le gusta mucho “Mujeres Hombres y viceversa”. Me tiene harto; la convivencia, ya saben. Cualquier día la tiro al Duero. ¡Ay!, la normalidad… 

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