Sinsentido.

       
          Publicado en El Día de Zamora el 23 de diciembre de 2016.

     Por si no se habían dado cuenta, el invierno, el de verdad, llegó el miércoles. A partir de ahora hará más frío, sí, pero los días empezarán a alargarse. Cuando escucho esa frase lo primero que me viene a la mente es que los días, entendidos como el tiempo en que la Tierra tarda en girar sobre sí misma, en vez de durar 24 horas, van a pasar a ampliarse a 26 o 27. Como si la Tierra, por culpa del hemisferio norte, porque en el sur están disfrutando de su verano, se aperezara por el frío y se moviera más despacio. Pero centrémonos en la cuestión principal, la cosa es que el invierno ha llegado. Esta mañana, al levantarme, exhalé parte del aliento acumulado por la noche acompañado de un prolongado bostezo y pude ver como el vaho se quedaba ahí, flotando en el dormitorio, durante apenas un segundo, para después desaparecer. El tema es que no salió por la ventana, como era de prever, sino que volvió a entrar por mi boca y se alojó en mi cabeza. Ahí está ese aliento matutino ahora, conviviendo con mis pensamientos, que ya le dije, “Oye, hazme el favor de salir de ahí. Solo faltaba que, aparte de mis desvaríos mentales cotidianos, empezase también a tener la cabeza llena de aire”. El aliento me contestó que no se sentía preparado para ir a ningún sitio, y que carecía de sentido ponerse a transitar por ahí sin tener un lugar concreto al cual dirigirse. Ahora, de vez en cuando, sale de mí, da una vuelta por casa, se pone a ver la televisión, abre y cierra la nevera porque le hace gracia lo de la luz, pasea por la calle, pero acaba volviendo a mi cerebro. Y mi cerebro ya se ha cansado de crear personajes fantásticos y situaciones absurdas, así que ha decidido cambiar el sino de su existencia. Abrió la ventana y dijo “abandona este cuerpo, en el nombre de Jesucristo te lo ordeno” Sí, mi cerebro tiene ese puto dramático que aprovechó para ponerse en plan exorcista, pero logró expulsar de mí al aliento. Consciente de su poder, el cerebro decidió cambiar todo lo que le rodeaba, y lo que le rodeaba desapareció en el acto para dar paso a la nada. Y así se quedó el cerebro, complacido de ser capaz de reinventar su suerte. En fin, un hecho lamentable. 


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