Nadidad.


             Publicado en El Día de Zamora y El Periódico de Castilla y León el 2 de diciembre de 2016.

      No, no es una errata, han leído bien. Con diciembre recién estrenado nos lanzamos ya, y digo lanzamos porque cada año cogemos carrerilla antes, al tiempo de experimentar la alegría de pertenecer a una familia y juntarse para celebrarlo, a una fiesta que marca el antes y el después del año que termina y del nuevo que estrenaremos. Días, pues, de alegría e ingesta alimenticia desmedida que nos recuerdan, al nunca tocarnos la lotería, que lo importante es la salud. Y sigo con la Nadidad. Sí, casi obligados, a lo largo de este mes hacemos repaso del año que termina: ¿A cuánta gente hicimos felices? ¿A cuántos, con nuestras acciones, les mostramos el lado amable de la vida? ¿Fuimos de los que no llamaron esperando a que nos llamaran antes? No seamos ilusos. Durante once meses nos dedicamos a mirarnos el ombligo, a anteponer nuestros intereses sobre los demás, que con esto no quiero decir que vayamos arrasando con todo lo que encontremos a nuestro paso, pero un poco sí eh, a que seas tú el que me llame porque yo no voy a bajarme del burro para hacerlo. Y ahora, de repente, en 31 días pretendemos lavar nuestras conciencias haciendo una especie de Robin Hood, repartiendo la felicidad que hurtamos a otros a lo largo del año. Pero no sean estúpidos, nadie va a venir a traerles la felicidad a la puerta de casa, todo lo más, con suerte, alguien aparecerá para despertársela, alguien que resucite en nosotros la ingenuidad, la complicidad, la sinceridad, el hacer que te levantes cada mañana con esperanza, el devolverte las ganas de luchar. Nadie atrapará la felicidad para ti, eres tú el que ha de salir a buscarla en cada persona, en cada momento, en esa taza de café humeante, o de gin tonic preferentemente sin humear, en ese haber sabido pararte en la calle para saludar. Pero no. Optaremos en masa por hacer la cosa esa del “amigo invisible” que si al amigo ya lo calificamos de invisible, partimos de una base errónea. El amigo nunca debe ser invisible, todo lo contrario. Debe estar bien presente, o al menos permanecer a una distancia de seguridad que le permita acudir cuando se le necesite. O sin necesitarlo, porque sí. A un amigo invisible se le compensa con la nadidad de un regalo de una tienda regentada por un señor oriental. Al amigo nos basta con cuidarlo. 


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