Absurdeces.


           Publicado en El Día de Zamora el 16 de diciembre de 2016.

     Hace un tiempo, en uno de esos paseos míos por Valorio de los que tanto les hablo, conocí a un hombre. El hombre era un tipo de lo más común, no tenía ningún rasgo que le caracterizara o pudiera diferenciarlo de cualquier otro hombre. ¿Qué de qué hablábamos? De nada, dado que no tenía boca. Tampoco era capaz de escuchar lo que yo le contaba, porque carecía de orejas. Esta situación era un poco frustrante, he de confesarlo, dado que cuando le daba pie a que siguiera con la conversación que yo había comenzado, él permanecía en silencio, iba a decirles que mirándome, pero se daba la circunstancia de que esta persona de la que les escribo tampoco tenía ojos. Así pues, en nuestros paseos, yo me limitaba a decir lo que me venía en gana y lo que en apariencia podría parecer una conversación, día tras día se transformaba en un soliloquio. Tras unas cuantas jornadas, reparé, ya saben que soy despistado, en que ni siquiera deambulábamos por ahí, debido a que mi compañero tampoco tenía piernas. No es que comenzáramos a caminar, yo iniciara mis discursos diarios de los que carecía de respuesta o matiz alguno, sino que mi impresión de acabar el paseo donde lo iniciábamos era solo eso, una mera ilusión, porque permanecíamos estáticos desde el momento en el que yo comenzaba a hablar hasta que terminaba mi perorata. El tipo, perdonen que lo llame así, pero es que nunca pudo decirme su nombre ni siquiera escribirlo con un palo en el suelo porque tampoco tenía brazos, como bien pueden deducir de esta última información, no era muy de gesticular acerca de lo que yo le contaba, por lo que desconozco también si mis argumentos eran de su agrado o no. Es un decir que era pelirrojo, porque no poseía pelo, cejas o pestañas. En realidad era una persona que no tenía nada, por lo que me resulta muy difícil poder seguir hablándoles de él o acaso alcanzar a entender de quién les escribo, así, será mucho mejor dejarlo de lado y obviarlo para siempre. Centrémonos entonces en el inicio del relato. Hace un tiempo, en uno de esos paseos míos por Valorio de los que tanto les hablo, conocí a un hombre, o creí conocerlo. Igual era a mí mismo, al que tampoco dejaba expresarse porque ese yo que creía conocer carecía de boca, ojos, nariz, orejas, brazos y piernas. Igual es que es mejor vivir en la ignorancia de quiénes somos y tener a nuestro verdadero yo mutilado dentro de nosotros mismos. Igual es mejor no pensar tanto y dejarse llevar, como un zombi. Igual tratar de conocernos es más peligroso que bañarnos en un río lleno de pirañas. 
Igual. O no. 


Puedes seguirme en twitter en @cuadrablanco. No es obligatorio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario