La última luz.

     
           Publicado en El Día de Zamora el 21 de octubre de 2016.


     Hay un momento en el día en el que uno se queda plantado delante de la ventana, con la mano en la cinta de la persiana, dudando si bajarla, como quien echa el telón de la obra teatral del día, para pasar a una oscuridad total antes de que el interruptor de la pared nos ilumine con la falsa realidad de la luz eléctrica. La última luz solar, esa que nos hace dudar de si todavía con ella podremos seguir leyendo, ubicando los objetos cotidianos, caminar sin tropezar. Esa luz que está en desacuerdo con la tarde, que se va yendo no sin refunfuñar, que nos muestra los contornos de los edificios, que, aún con los ojos cerrados podemos apreciar pero que está abocada al olvido inmediato. Bajo esa luz, a uno le da tiempo a pensar en mil cosas: la oportunidad perdida, la palabra no dicha, o la pronunciada con demasiada ligereza, en bocas que se comen la distancia para encontrarse con otras, en el día siguiente, en el anterior, en el por qué y hasta en el por qué no. Agarrado a la cinta de la persiana vemos pasar la vida en color a una vida en blanco y negro, en grises, en relojes que parecen ralentizados, en cielos que admiten cualquier tipo de sueño que nunca llegará a realizarse. Una luz que, en un momento, pasa a ser ausencia de luz y nos lleva de la certeza a la intuición, la de, por ejemplo, la lluvia que antes veíamos caer pero que ahora escuchamos repiquetear y que suponemos que sigue siendo esa misma lluvia. El anochecer es un fenómeno agazapado el cual, cuando le llega su turno, acaba con el ruido del día y a veces nos hace decaer el ánimo. Cuando la última luz se va de manera definitiva, sin que tengamos duda  ya de que es el momento de bajar la persiana, es el instante en el que se convoca a nuestra memoria, en el que caminamos despacio hasta poder alcanzar la prótesis lumínica que nos proporciona el interruptor que hay pegado a la pared. Y así todas las noches, en las que nuestros miedos pasan a ser sombras que se proyectan, despistados, perdidos, como cuando a las polillas que se golpean contra el único farol del porche les apagamos la bombilla y ya no saben contra qué arremeter.

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