Publicado en El Día de Zamora el 19 de agosto de 2016.
El
otro día, a finales de julio en realidad, recibí una oferta en la cual me
invitaban a pasar una temporada en un hotel de esos estupendos, vamos, un
hotelazo, en un destino paradisíaco y con todos los gastos pagados. Afortunado,
dirán ustedes, sorprendido me quedé yo. La cosa es que no era cuestión de
desaprovechar tamaño obsequio, y, con muchos recelos, hice el equipaje y me
planté en el susodicho hotel. Una vez allí, me encontré en el recibidor con un
montón de personas, las cuales habían recibido la misma oferta que yo. Pasados unos
minutos de desconcierto, apareció una pareja muy risueña y bien vestida
diciéndonos que habíamos sido invitados al hotel por nuestra condición de “singles”,
que el término queda muy deslumbrante, pero no dejaba de calificarnos como
solterones sin compromiso. Y como además éramos reacios a tal compromiso, ellos habían
decidido emparejarnos siguiendo unos criterios basados en nuestros
gustos, aficiones, y cosas así. Fíense ustedes de la ley de protección de
datos. Hubo parejas que, según mi parecer, “pegaban”, porque coincidían en sus
inclinaciones, por muy disparatadas que estas fueran, pero como a otros no
había manera de encajarlos, se recurrió a parámetros ridículos tales como que
les oliera el aliento, que roncaran, que les llorara un ojo sin motivo alguno y
absurdeces similares. Y, curiosos que son, cotillas diría yo, se estarán
preguntando que con quién me emparejaron a mí. Bueno, pues a mí a lo que me
habían “invitado” era a informar a las parejas de los derechos y deberes que
como futuros matrimonios iban a asumir, así como a ayudarles a redactar contratos
prematrimoniales si así lo deseaban. Ya ven, me habían “invitado” a hacerme
trabajar y ni siquiera se habían molestado en buscarme una pareja siguiendo
algún insensato criterio como que fuera miope o que tuviera una manía
compulsiva por el orden. Según me dijo la directora del tinglado “les había
resultado inemparejable”. Inemparejable… Existe una presión social para que la
gente se empareje, que se vuelve un problema cuando para los demás se convierte
en un problema, y alguno cae y se conforma con la primera oferta que pilla. “Lo natural en el hombre es estar en pareja”
me han repetido hasta la saciedad, a lo que yo respondo, “Es tan natural como
el zumo de bote que se toma usted en el deayuno, idiota”.
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