Publicado en El Día de Zamora el 6 de mayo de 2016.
En ocasiones, cuando
estoy muy ocupado o simplemente cuando la pereza me lo indica, le pido a
alguien que me escriba esta columna. En el periódico no lo saben, porque el
encargado me la envía, yo la guardo, y se la vuelvo a remitir a la redacción de
El Día de Zamora como si fuera mía. Y ya ven, de momento la treta va colando y
nadie ha salido perjudicado. La cosa es, ¿cómo poder diferenciar al auténtico
del que se hace pasar por él? Llevo unos días de hospital y, por mero
entretenimiento, uno de ellos me puse una bata blanca, debajo un uniforme verde,
y me dediqué a entrar en diferentes habitaciones. Saludaba con cortesía a los enfermos,
les miraba sus goteros, con independencia de la sustancia que se les estuviera
inyectando, ponía cara de experto, tranquilizaba al paciente y a sus familiares
con palabras de ánimo contenido, y cuando me encontraba con otros médicos por
el pasillo, les hacía un gesto con la cabeza y ellos me respondían de igual manera. En
todo el tiempo que duró mi representación, nadie me identificó como un
infiltrado. Es más, en cuanto me quitaba la bata blanca y pasaba a visitar al
familiar que tenía ingresado, me volvía invisible para los mismos pacientes y
supuestos colegas de profesión que acababa de atender o cruzarme por los
pasillos. Este juego me llevó a pensar, con preocupación, si no nos
encontraríamos todos en manos de suplantadores. No ya de médicos, sino de
mecánicos, arquitectos, abogados… ¿Quién les dice a ustedes que, al entrar en
un juicio, el tipo que está sentado frente a ustedes es un juez de verdad y no un individuo que
pasaba por allí y se puso una toga con puñetas? Hay a gente a la que se le
nota, pero el problema lo tienen los que, siendo quienes dicen ser, en nuestro
imaginario no se concibe que sean eso que afirman. Ejemplos tenemos a patadas,
como esas chicas que se hacen tres fotos retocadas y dicen ser modelos, o
aspirantes a gobernantes que nos venden que son muy dialogantes pero solo lo
son con los que piensan como ellos, no vaya a ser que si se acercan a otro que
piense distinto se contaminen, acaben en un hospital y les atienda un tipo que
parece ser un médico pero en realidad es un suplantador. Desconfíen, estamos
rodeados de tramposos.
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