Publicado en El Periódico de Castilla y León el 29 de abril de 2016.
Por curioso, siempre me han llamado la atención los
armarios. Las pocas veces que visito alguna casa ajena, la tentación me llama a
abrir sus puertas y descubrir los tesoros o secretos, alguna vez ambas cosas coinciden,
que puedan contener. Me domino por culpa de mi exquisita educación, pero, el
enanito demoniaco que llevo dentro, siempre me lo reprocha llamándome gallina,
cobardica, pequeños pinchacitos molestos, para hacerme sentir frustrado por mi
falta de atrevimiento. A lo largo del tiempo, los armarios se han utilizado
para ocultar la homosexualidad de cada uno, me llama la atención a este
respecto el caso de Harris
Wofford, senador estadounidense, que decidió salir de él con 90 años, si se
descuida se muere dentro, o para viajar a otros mundos, como el de Narnia. Pese
a que ustedes están acostumbrados a mis delirios, no vayan a pensar que yo
creía que un armario servía para viajar de un mundo a otro, ni siquiera para esconder
la condición sexual de cada uno. Yo siempre he pensado que todos los armarios estaban
interconectados, y que si uno se mete dentro puede aparecer en el armario de un
señor de Soria, o de Londres, o de una geisha de Tokio. Ir de un mundo a otro
no, locos, pero por este nuestro... Hay dos problemas en estos viajes: El primero,
el destino es aleatorio. Uno puede salir por un armario de las Seychelles o de
Groenlandia. El segundo, tu destino puede ser el de un armario de Ikea, todavía
por montar, y ahí te quedas atrapado hasta que algún intrépido se decida a juntar todas sus partes de un modo coherente y
puedas salir. Dejando de lado mis miedos y haciéndole caso al enanito
diabólico del que antes les hablé, el otro día me metí en el armario de un
vecino, aprovechando que fui a pedirle aceite, y aparecí en uno en el que
descansaban cuatro maniquíes. De fondo pude escuchar la voz de un señor que
pedía austeridad para esta campaña electoral que se avecina. Me atreví a asomar
la cabeza por la puerta y el señor que pedía austeridad era un rey y lo hacía
desde un palacio. Todo muy coherente, como podrán suponer. Mientras, los maniquíes
esperando a que los pongan de nuevo en el escaparate, con unos ropajes que
tenemos más que vistos, con unas ideas propias de eso que son, maniquíes.
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