Resiliencia.


            Publicado en El Día de Zamora el 5 de febrero de 2016.

      Sí, lean bien: re-si-lien-cia. He de reconocer que con la palabreja esta semana no se lo he puesto demasiado fácil, pero para eso tenemos al santo Diccionario de la Real Academia de la Lengua que nos dice en su primera acepción que la resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Que esa capacidad de adaptación no implica que el ser vivo en cuestión, humano o similar en el caso que nos ocupa, no sienta ni padezca, sino que es el esfuerzo que cada uno realiza para reconstruir su existencia tras, o durante, un hecho traumático. Al parecer, la resiliencia no es algo que se tiene o no se tiene, sino que implica conductas, pensamientos y acciones que pueden ser aprendidas y desarrolladas por cualquier persona, con lo que podríamos decir que hay un camino para llegar a ser resiliente. Y sí, a partir de aquí yo podría empezar a señalarles una serie de pautas encaminadas a que ustedes establecieran nuevas relaciones, se fijaran objetivos realistas, tuvieran una visión positiva de su entorno y de sí mismos, que no perdieran la esperanza, y un montón de mierdas parecidas, propias de cualquier libro de autoayuda, del universo de Mr. Wonderful, o del propio Paulo Coelho al que tanto odio. Y es que miren, como la humanidad se encuentra en un estado deplorable, aunque esto no constituya ninguna novedad, nos hemos visto obligados a recurrir a cualquier cosa a la que asirnos para intentar sobrevivir. Lo que toda la vida el castizo llamó agarrarse a un clavo ardiendo, ahora los culturetas lo llaman resiliencia, y claro, así nos va. Vayan ustedes a una persona que no tiene nada que llevarse a la boca a decirle que tenga autoestima y una visión positiva de la vida. O a un recién desahuciado. O al que se le ha muerto un hijo ahogado huyendo hacia la Europa de las oportunidades. Desde ciertas atalayas es muy fácil construir una trama de consejos fútiles y luego tratar de vendérnosla como la solución a nuestros males. “la culpa es suya por no tener esperanza” Coño, si me han apagado hasta la luz que había al final del túnel, díganme qué esperanza me queda. “Sea usted resiliente”. Y usted menos gilipollas, diría yo. 


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