Quietud.


             Publicado en El Día de Zamora el 26 de febrero de 2016.

      Google Street View es una aplicación informática que proporciona panorámicas de las ciudades del mundo a nivel de calle (360 grados de movimiento horizontal y 290 grados de movimiento vertical), permitiendo a los usuarios ver partes de esas ciudades seleccionadas y sus áreas metropolitanas circundantes. Se puede navegar a través de estas imágenes utilizando los cursores del teclado o usando el ratón, eso con un ordenador, y toqueteando la pantalla si lo hacen desde un teléfono móvil. Esta breve introducción no corresponde a una publicidad, más explícita que encubierta, debido a que los señores de Google me estén pagando un dineral por publicitar sus productos, no. Es una mera aclaración para los no iniciados y que así puedan entender mejor lo que me sucedió el otro día. Me encontraba yo usando esa aplicación informática, mirando calles de ciudades exóticas, de acá para allá, cuando de repente, vayan ustedes a saber el por qué, me vi atrapado en una de esas vías. Sí, como les cuento. Mi cuerpo físico había traspasado las fronteras de lo virtual y ahora me encontraba en el lugar que apenas unos segundos atrás estaba recorriendo en la pantalla de mi ordenador. Práctico que es uno, intenté adaptarme lo antes posible a mi nueva situación, y lo primero que pude percibir fue la nada. La nada más absoluta. En aquella ciudad no se escuchaba nada, no olía a nada, las personas estaban estáticas, los vehículos detenidos. Todo era quietud y silencio. Aunque la situación era desconcertante, he de confesarles que me acomodé rápido a ella, y me proporcionó una calma profunda, como no recordaba. No me interpreten mal, la quietud a la que me refiero no es el valor de no hacer nada, o el de la pasividad esperando que todo se arregle por sí mismo, sino esa que te viene tras haberte levantado muchas veces para poder continuar. Y predicando con el ejemplo, tras ese breve lapso de paz interior, me levanté e intenté revertir aquella situación virtual. No me digan cómo, pero sin más, volví a mi silla y estaba de nuevo frente a la pantalla y no dentro de ella. Otra vez en Zamora, pero con la misma sensación de no percibir nada, con la diferencia de que esa nada es justo la existente cuando algo va a derrumbarse. Y en nuestro caso, por lo que percibo, ni siquiera con estruendo.


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