Normalidad.



          Publicado en El Día de Zamora el 8 de enero de 2016.


   Supongo que estarán ya en proceso de desinstalación de toda la infraestructura navideña. De la externa, espumillón, belenes y adornos varios, y de la interna, grasas, toxinas, nivel de alcohol en sangre y sobrepeso en general. Vamos, lo que se dice una vuelta a la normalidad en toda regla. Bienvenidos sean a ella. Bienvenidos, salvo que su normalidad consista en estar en el paro o en tener un trabajo miserable que solo luce a la hora de descontar desempleados en las diferentes estadísticas con las que nos pretenden sedar esta existencia que llevamos. Nos llevan vendiendo toda la vida que enero es el mes de la cuesta. Una cuesta, la clásica, que suponía hacernos cargo y asumir los desmanes económicos cometidos por mor del espíritu navideño, pero que hoy día se ha extendido a los doce meses del año y se ha desdoblado. Así, lo de la cuesta económica, implica pagar lujos como tener calefacción o luz, o sencillamente comer. Alimentos básicos, no se me vayan al langostino o a exquisiteces deslumbrantes. Y luego, también tenemos la cuesta estética, la de lucir bien nuestros cuerpos serranos, que por mucho que digamos que “es por salud”, ya les digo yo que si todos estuviésemos como pimpollos, lo de la salud nos iba a traer al pairo cosa mala. Nos hemos convertido en unos modernos Sísifos, ya saben, aquel al que los dioses castigaron a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima, la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo, desde el principio, una y otra vez. Nos hacen creer que enero implica una vuelta a la realidad como si la realidad fuera un ente que podemos apartar de nuestras vidas a conveniencia, y no es así. Quizá algunos de ustedes, afortunados, sí que puedan evadirse de su realidad cuando les plazca, pero ya les digo que a la mayoría de nosotros se nos ha pegado a la piel y ni frotando sale. Al parecer, nuestros cerebros tienden siempre a dar una respuesta ante un estímulo. Si ese estímulo resulta ser una circunstancia traumática que no ha podido ser asimilada, el cerebro se transforma en un sistema que tiende a auto perpetuar el sufrimiento no aceptado. Como lo de Sísifo. Y es que nuestros cerebros ya no están para asimilar más traumas.

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