La soledad del corredor de fondo.


               Publicado en El Día de Zamora el 20 de noviembre de 2015.

      “La soledad del corredor de fondo”, es un libro en el cual el autor, Alan Sillitoe, nos enfrenta a la Inglaterra de porcelana blanca contra la de los muros de ladrillo de las casas de clase obrera. No será de eso sobre lo que yo vaya a escribirles hoy, no se asusten. También acerca de esta actividad deportiva escribió Haruki Murakami “De qué hablo cuando hablo de correr”, novela en la que se nos compara al acto de escribir con una labor física. Ni soy Sillitoe ni soy Murakami, pero corro. A eso de las 8 de la mañana, si ustedes tienen humor y ganas, me verán por nuestro parque/bosque de Valorio devorar metros que, poco a poco, se van convirtiendo en kilómetros con el paso de los minutos. Minutos lentos, acompañados solo por esta niebla que no escampa, solo por el vaho de mi aliento, a veces por algún esporádico paseante de perros, por el sonido de mis pisadas en la tierra. Nada más. ¿Por qué corro? Descarten la motivación primaria de la salud física. Correr viene a ser como la vida, pero en pequeño: es un acto en el cual nos proponemos objetivos junto con el nivel de sacrificio que estamos dispuestos a hacer para lograrlos. Correr te hace fuerte, porque el sufrimiento te enfrenta a tu debilidad. Llegar a tu meta cuando se ha dado todo de uno mismo, produce una fuerza que dura mucho más allá de cada carrera. Me gusta correr porque es una actividad fundamentalmente solitaria. Estás tú, el camino, y poco más. No hay un equipo que te da soporte, nadie te reprochará si hiciste mal esto o aquello, nadie  te dedicará un momento de euforia tras el esfuerzo. El encanto de correr está en su escasa sociabilidad, lo cual se acentúa en esas mañanas de este casi invierno que antes les contaba, en las que tengo todo Valorio para mí, toda su niebla para mí, circunstancias que, a veces, me permiten reflexionar, comulgar con el paisaje o, con suerte, divagar de manera constructiva y escribirles cosas como esta. Aprovecho estas últimas líneas para solicitar a nuestro alcalde que sacrifique al Dios Sol una virgen, si la encontrase, y haga así que toda esta niebla escampe. Que tiene su encanto, pero miren, creo que ya basta.

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