Fantasía.



       Publicado en El Día de Zamora el 6 de noviembre de 2015.

      Retomo hoy lo que les vine a contar la semana pasada acerca del vano intento que nuestros gobernantes hacen de edulcorarnos la realidad con la intención de que el trágala sea más llevadero, y paso a relatarles los modos de defensa que contra este tipo de actuaciones podemos tomar. En realidad, el relato es más una confesión, dado que lo que paso a exponerles es el medio de defensa que yo utilizo, y ya ustedes deciden si seguir mis pasos o buscarse su propio camino. El que aquí les escribe se defiende de la realidad fantaseando. Que sí, que muchos me reprocharán que la fantasía no deja de ser una droga psicológica, y como tal adictiva y con graves efectos secundarios; pero en mi defensa argumentaré que la realidad pura y dura, sana, precisamente, no nos está resultando. Ya decía Sigmund Freud aquello de “el dichoso nunca fantasea”, así pues, dado que la mayoría de nosotros somos seres insatisfechos, se infiere de ello que estamos en la obligación de fantasear. Cada fantasía es el cumplimiento de un deseo, una manera de hacer que la realidad sea más amigable. En cada edad y circunstancia de la vida fantaseamos cosas diferentes, pero, básicamente, recurrimos a las fantasías para enaltecer nuestra personalidad, o para trasladarnos al lugar donde convertimos ciertos sueños de todo tipo, eróticos incluso, en actos, los cuales no podemos cumplir en nuestra vida cotidiana. Cabe en esta exposición diferenciar entre imaginar y fantasear. Mientras que lo primero es suponer que las cosas nos podían haber sucedido de otro modo, y por tanto, incluso conllevaría un aprendizaje de ello, lo segundo implica embriagarse suponiendo una vida diferente, en la que, habitualmente, el que ensueña es el protagonista, y ello le lleva a evadirse de la realidad. Los agoreros me dirán que el acto de fantasear no supone más que una falsa compensación emocional, incluso una evasión de nuestra mierda de realidad. Y miren, de eso se trata. En “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, los habitantes de la sociedad recurrían a una droga, llamada soma, suministrada por el propio Estado y cuya finalidad es la de mantener felices a los miembros de la comunidad. En nuestra sociedad, el Estado recurre a los datos de la EPA o a los de la OCDE para drogarnos e intentar adormecernos. Todo fantástico, como verán.

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