Publicado en El Día de Zamora el 9 de octubre de 2015.
Como ya les he venido informando
las semanas anteriores, vivimos en tiempos ridículos que están siendo manejados
por gente estúpida, así que no perderé más tiempo con ello, pero ténganlo en
cuenta para lo que les voy a contar hoy. Dada la ausencia de verdaderos
referentes públicos que nos orienten y guíen en estos tiempos convulsos, hemos
tenido que volver a recurrir a los símbolos. Si bien en España ya deberíamos
estar acostumbrados a ellos, dado que nos chupamos la pila de años rodeados por
yugos, flechas, águilas imperiales y montañas nevadas; los símbolos actuales
son más sutiles y efímeros. ¿Recuerdan a Aylan? Ni idea, ¿verdad? Si les digo
que era el niño kurdo que apareció muerto en una playa turca ya les va sonando
de algo, pero les queda lejos. Es más, los refugiados que parecía que iban a
invadirnos en cualquier momento, también han desaparecido de nuestras
televisiones y de nuestras memorias. Si les hablo de Iceta, la mayoría no
caerán, pero si refresco sus meninges rememorando que era aquel socialista
catalán, gordito él, que bailaba animadamente en cada mitin, ahora ya sí. Y
acto seguido, les vendrá a la memoria Dª. Soraya Sainz de Santamaría haciendo
lo propio en un programa televisivo. Quién nos iba decir que la nueva política consistía en mover
las caderas con más o menos gracia… Pablo Iglesias, icono de los movimientos
sociales, con su coleta al viento también ha dejado de ondear, porque ahora los
vientos han girado hacia Albert Rivera y sus muchachos, todos ellos de aspecto
aseado y con una pinta de delegados de clase repipis que p’a qué. Pero, ¿hasta
cuándo? Nadie recuerda al elefante que provocó el inicio del fin de nuestro
anterior Jefe del Estado, es más, a fuerza de no haberla vuelto a ver, muchos
de nosotros hemos borrado de la memoria a aquella señora tan estirada llamada
Sofía, y la hemos sustituido en nuestro imaginario por otra más joven y
escuálida. Ya ven, aparte de tiempos ridículos, estos corren demasiado rápido. Ahora,
el único símbolo patrio que nos queda, al que agarrarnos, que permanece
atemporal y no suscita enfrentamientos encarnizados entre las dos Españas, o
las tres, o las que sean, que ya he perdido la cuenta, es la cabra de la
legión. Y no, no me hagan chanzas, nada de todos cabrones. Todos egabrenses. ¡Viva el latín!
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