Azúcar.


                 Publicado en El Día de Zamora el 30 de octubre de 2015.

         A veces, no muchas, a los seres que nos gusta escribir cosas, da igual la temática, otros nos preguntan que por qué lo hacemos, dado que por algún sector es percibida como una actividad extraña, quizá peligrosa. No se vuelvan locos, las razones por las cuales algunos escribimos, pese a su diversidad, son tan normales como el hecho de querer darle forma a una emoción concreta, por el sentimiento de libertad que produce, porque escribir es el modo más fiable que algunos conocemos para distinguir lo que importa de lo que no, o, desde una perspectiva más “espiritual”, por darle forma a seres informes: embriones de voces, sentimientos, sensaciones, ideas. Escribir es un refugio extraordinario para encontrar la paz, la calma en momentos de gran desasosiego, de incertidumbre, y no me negarán que los tiempos que vivimos no son como para que todos estuviéramos delante de un ordenador o de un folio en blanco y no paráramos de plasmar todo lo que se nos pasa por la mente. Escribir, a menudo, nos arranca de la realidad, de la de cada uno, de la problemática personal, y nos traslada a la una fantasía ideal, aquella en la que nos gustaría vivir, disfrutar, gozar, amar, incluso trabajar. ¿Por qué esta larga introducción acerca de la escritura? Pues porque a nuestros gobernantes, y a los opositores a ello, les asustan nuestros relatos. Les da miedo que alguno de nosotros, frente al ordenador o al papel en blanco que les citaba antes, de con la clave, con la fórmula, con la solución para contar lo que está pasando, porque lo que está pasando, pese a que nos lo quieran disfrazar con cifras y datos macroeconómicos, es terrorífico. Si agudizan los oídos, llegarán a oír cómo la brecha que separa a pobres, sí, pobres, nada de clase media, pobres, y a ricos, cada vez es más amplia, cada vez crece más, cruje al ensancharse y no deja de hacerlo. Como si fuera un Volkswagen de esos que falsifican los humos contaminantes que emiten, nuestros mandatarios falsean cifras y datos para embaucarnos y hacernos ver lo que (casi) ninguno de nosotros ve. Y tilda de antisistema a los que nos atrevemos a denunciarlo. Nos endulzan la realidad para que no nos sepa a hiel, cuando a veces, ni hiel hay en la mesa para tragar.

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