Publicado en El Día de Zamora el 18 de septiembre de 2015.
Bueno, bueno... Les escribo a duras penas, refugiado de esta
ciclogénesis explosiva que nos está atacando y que nos ha sacado de un bofetón
del verano. Uno escucha en cualquier medio de comunicación que se nos viene
encima una ciclogénesis explosiva y lo primero que se le ocurre hacer es ir al
supermercado a hacer acopio de víveres y buscar a alguien que le construya un
refugio, cuanto menos, antinuclear. Talmente como si la muerte se fuera a
presentar en sus puertas. Y en realidad lo que hace es malo. Viento, lluvia, lo
que toda la vida se ha llamado mal tiempo y ya. Pero claro, si uno le pone
semejante nombre, lo que se piensa es que cuando dios envió las plagas a los
egipcios se olvidó de esta, y ahora, con carácter retroactivo, nos la manda a
nosotros. A veces se nos olvida que las palabras se someten a cada instante al
filtro de nuestros pensamientos. Pensamos, identificamos e intuimos, y buscamos de un modo racional darle forma a nuestras ideas a través de la palabra. Se nos habla
de todo tipo de poderes; del político, del tecnológico, del militar, y no por
casualidad se califica a la prensa, que vive del uso de las palabras, como
“cuarto poder”. Todas las acciones humanas, desde la articulación del
pensamiento, su cultura, sus quehaceres diarios, etc., están tejidos y
sustentados en solo 27 letras y 5 dígrafos, o combinaciones de dos letras, que
representan el alfabeto y que, a su vez, es capaz de encarnar en sonidos
absolutamente toda la realidad humana, todo lo que nos rodea, todo lo que nos
hace ser seres pensantes; el único que se da cuenta de que se da cuenta. Lo
primero que hacemos frente a la realidad desconocida es nombrarla, dado que lo
que ignoramos no lo podemos denominar. Aún así parafraseamos y asignamos palabras
a lo nuevo e ignoto, códigos y jergas se inmiscuyen en nuestro lenguaje. La
cosa es cuando nos da por renombrar situaciones o hechos ya conocidos con
expresiones rimbombantes, por una concepción pervertida de las modas, por
darles una relevancia que no tienen, o por suavizar conceptos o situaciones
dramáticas. Hoy día maltratamos las palabras y, entendiendo a estas como una
extensión de nosotros mismos, nos estamos autolesionando. En caso de duda,
acudan a los clásicos: “Al pan, pan y al vino, vino”. Y ya.
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Te introduzco el comentario como lo pides y como te gusta marica de mierda
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