Publicado en El Día de Zamora el 10 de abril de 2015.
Tal y como lo leen, hemos vuelto de
la vorágine de la Semana Santa a la normalidad zamorana. Hemos guardado los
pasos, las túnicas, los medallones y demás abalorios propios del momento y ahí
quedarán hasta el año que viene para gozo propio y ajeno, salvo que la
naturaleza nos retire antes. Todo normal, hasta ustedes me leen de nuevo en mi
antigua ubicación, sin que la dama de buen ver que me ha acompañado en mis dos
últimas apariciones pueda deleitarse con mi compañía. Ahora bien, cuando
hablamos de normalidad, ¿a qué nos estamos refiriendo? Pues ustedes no sé, pero
como el que escribe aquí soy yo, les quiero hablar es de esa normalidad
entendida como utopía, como unión armónica y óptima de los diversos
instrumentos mentales que propician un funcionamiento inmejorable, lo que nos
hace alcanzar el hecho de convertirnos en personas ideales. Y una vez
convertidos en personas ideales, lograda así la normalidad vital, aspiraremos a
conseguir la normalidad social, definida por el filósofo francés Guillaume
Le Blanc como un conjunto de exigencias colectivas articuladas en torno a una
estructura directriz que define su bien singular. Ahora, de esa concepción
social de la normalidad, utópica por perfecta, que supongo habrán tenido que
leer varias veces para intentar comprenderla, hemos pasado a otra menos
agradable. Si bien en una época anterior, no muy lejana en el tiempo, se
consideraba como
precario a todo empleo no estable o atípico, hoy esa precariedad se ha
instalado como parte fundamental de nuestra normalidad. Y para que quede claro,
el concepto actual de trabajo precario suma a la inestabilidad en la forma
contractual que lo enmarca, la inseguridad de sus características legales y el
incumplimiento de la mayoría de ellas. La, todavía vigente, ausencia de
trabajo, ha dado paso a que se genere un grupo de desempleados forzados a una
sumisión que les empuja a ocupar puestos que no los satisfacen, relegados en sus
funciones respecto a sus saberes, con salarios indignos y contratos ridículos. Así,
de la precariedad laboral pasamos a la precariedad vital, y de ahí a la
normalidad que se nos ha instalado en la sociedad. Una normalidad nada utópica,
imperfecta, agotadora, una mierda de normalidad vaya.
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es obligatorio.
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