Colocados.



         Publicado en El Día de Zamora el 20 de marzo de 2015.

        Vuelvo a ustedes no porque haya abandonado el lecho del dolor de manera definitiva, sino porque alguien tiene que seguir ilustrándoles en los avatares de la vida y como dejarles a su libre albedrío durante quince días me parecía peligroso, aquí me tienen. He de confesarles que escribirles desde el acogedor regazo que me proporcionan los opiáceos me da un punto de vista superior, como si fuese su gurú, viviese retirado en una atalaya, y ustedes acudiesen a mí con ofrendas para obtener mi consejo. Esto creo que no se me ha ocurrido a mí solo, sino que es fruto del delirio de las drogas mezclado con la película "Happy feet", en la que sale un pingüino llamado Dr. Amor, dotado de poderes místicos que transmite a la tribu previo pago de la correspondiente prebenda. Les anticipo que yo, dada mi conocida benignidad, no les pediré nada a cambio de mi sabiduría. Escribía el médico galés John Jones, allá por el Siglo XVIII, en "Cómo revelar los misterios del opio" que "a menudo el opio quita el sufrimiento mediante la distracción y la relajación provocadas por el placer y su incompatibilidad con el dolor; previene y quita la pesadumbre, el miedo, las angustias, el mal genio y el desasosiego" Pero esperen, que no acaba aquí la cosa. Añade el buen doctor que "mitiga el hambre, alivia los dolores menstruales y las convulsiones, y, además de efectos afrodisíacos, provoca el crecimiento del pene y de los pechos". Señoras y señores, nada de pasar por quirófano para ponerse tetas como carretas o alargar cual trompa de elefante sus miembros viriles, recurran a los opiáceos que aparentan ser todo beneficios. Pero claro, por contra resulta que su uso prolongado induce "un estado de abotargamiento, apatía y pesantez, como el de los borrachos crónicos", y esto ya no mola tanto. Igual sucede con los que nos prometen y prometen, que brillan de un modo tal que al final nos deslumbran y nos acaban dañando la vista. Estamos en tiempo de elecciones, cuídense de las promesas opiáceas no vaya a ser que solo pretendan colocarnos para distraernos y después amanezcamos con una resaca terrible. Y lo que es peor de estas drogas, señoras, nada de nuevos pechos turgentes, señores, nada de penes ostentosos. Así, tras ilustrarles con mi oráculo de esta semana, vuelvo a mi lecho a intentar mitigar mis padecimientos. Sean desconfiados.

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