Publicado en El Día de Zamora el 19 de diciembre de 2014.
Supongo que están
enterados, pero aun así yo se lo cuento. El pasado martes, descubrimos que la infanta
Cristina se había equivocado de cuenta
bancaria al ingresar los cerca de 600.000 €uros que el fiscal le había pedido en
concepto de responsabilidad civil por haberse beneficiado, presuntamente, (no
se rían, que les estoy viendo) del dinero público desviado, supuestamente, (venga
vale, dejo que se rían, total...) por su marido, Iñaki Urdangarín, a la empresa Aizoon, que el matrimonio
compartía al 50%. Y yo, nada más leer la noticia me imaginé una escena en la
que Cristina le decía a su hermana Elena: "Oye mira, ve tú a ingresar el
dinero que yo paso de que me anden fotografiando los paparazzis" Y hacia
el banco se encaminó Elena con los 600.000 €uros en el bolso para ingresarlos,
pero por esas cosas que tiene la vida y que tiene esta muchacha, pues metió la
pata e hizo el ingreso en otra cuenta corriente. Yo qué sé, pues igual en la de
Marichalar para que este se lo gastara en lo que sea que gaste el dinero esa
gente (aparte de reirse antes, ahora están pensando mal eh).
Pero
no. La realidad desvirtuó todo este maravilloso planteamiento que yo había
construido en mi cabeza y resulta que el desliz fue de los abogados al hacer la
transferencia. Ay los abogados... Pero centrémonos en el error en sí. Según la
psicología básica, cada error incluye una lección que puedes aprender para
mejorar en el futuro. Para encontrar la lección oculta, pregúntate tú mismo:
"¿Qué puedo aprender de esta situación?" Lo primero que se nos puede
ocurrir es desconfiar de los abogados, y no poner en sus manos aquello que uno
pueda hacer por sí mismo, pero si profundizamos más y nos remontamos a la raíz
del asunto, el verdadero error de Cristina fue dejarse llevar por el pecado
capital de la avaricia. Que igual no fue de manera activa, pero al parecer sí
pasiva, un mirar hacia otro lado para beneficiarse de los desmanes de su
marido. Como si no tuviera bastante con sus privilegios de sangre, quiso incrementarlos
con más y más, se tapó los ojos con los primeros para deleitarse con los
segundos y dejó hacer a su cónyuge. Ni vergüenza torera ha tenido para asumir
su responsabilidad. ¿No esperarían lo contrario, verdad?
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