Publicado en El Día de Zamora el 30 de diciembre de 2014.
Y en esas
estaba yo el otro día sentado en el sofá de mi casa, dándole vueltas a la
cuestión, mientras ustedes andaban por ahí a sus compras, a su exaltación
ridícula de la felicidad y la amistad, a sus felicitaciones absurdas, hipócritas,
falaces, repetidas, carentes de originalidad. Como les decía, cada uno ocupa su
tiempo como le place, y en esas estaba yo, imaginando que mientras en la Puerta
del Sol suenan las campanadas de fin de año, y sus cuartos, nos comemos las
uvas, más bien nos atragantamos con ellas, y brindamos, y nos besamos y los más
melifluos hasta lloran, unos individuos vestidos con uniformes azules cargan en
un furgón, también azul, el año que termina. Empaquetado y etiquetado a la
perfección para evitar que se confunda con otro año ya acabado, para evitar que
se traspapele entre tantos y tantos años ya pasados. Y esos mismos individuos,
rodeados de inapreciables pero abundantes medidas de seguridad, lo transportan
a un almacén, idéntico al que sale al final de la primera película de Indiana
Jones tras encontrar el arca perdida, el Arca de la Alianza, en el que miles de
paquetes de miles de años pasados van siendo acumulados. ¿A dónde van los años?
Repetía y repetía como un mantra, adóndevanlosaños, adóndevanlosaños, adóndevanlosaños.
Comido por la curiosidad, bajé al garaje, cogí el coche y me fui en busca del
almacén, que según mis cálculos y lo que había podido ver en la película del
Doctor Jones, tenía que estar en el desierto de Nuevo México. Adondevanlosaños,
adóndevanlosaños. Tras varias, muchas, horas conduciendo y después de dar
vueltas y vueltas por el puñetero desierto sin encontrar la ubicación del
depósito de los años, regresé a casa. Decepcionado, entré en el cuarto de baño,
adóndevanlosaños, a lavarme las manos, adóndevanlosaños, y la cara. Y al
levantar la vista del lavabo y verme reflejado en el espejo, todavía con el
agua goteando, los vi ahí, todos los años, en el poco pelo que me va quedando,
en la mirada cansada, en la mente cada vez más perdida, en el hartazgo de la
vida y de la gente. Ahí estaban todos los años. Justo ahí. Frente al espejo.
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