Desrealización.

   
        Publicado en El Día de Zamora el 21 de noviembre de 2014.


      Llueve. Y a partir de aquí tengo que añadir alrededor de 400 palabras más para que todo esto tenga sentido, o no, y ustedes pasen un par de minutos, como mucho, entretenidos. Y si tras ese par de minutos logro que se rían o que le den vueltas, un poco, tampoco quiero amargarles, a esas cosas que tienen sobre los hombros, ya habremos adelantado algo. Como les decía, llueve. Y cuando llueve lo normal, para empezar, es no salir de casa. Pero si ustedes se ven obligados por motivos laborales, porque no aguantan la convivencia diaria o, sencillamente, porque no tienen casa, a deambular por la calle, les recomiendo que entren en alguna cafetería. No una cualquiera, una en la que les sirvan una taza de chocolate caliente. A ser posible, que el chocolate tenga una buena concentración de cacao y por tanto, les deje un regusto amargo. Tengan o no las manos calientes, practiquen el ritual de agarrar la taza abrazando toda su superficie, haciendo como que se las calientan o calentándoselas de hecho. Den un primer sorbo. Quémense. Sí, quemarse los labios y la lengua con el chocolate forma parte de la liturgia que ya hemos comenzado y que no podemos interrumpir. A partir de aquí, abandónense. Dejen que sus pensamientos vayan adonde les plazca, que establezcan conexiones absurdas, como su relación vital con el champú, o la convivencia que mantienen cada uno de sus dedos con sus uñas okupas, las obras de ingeniería civil pendientes de desarrollar para unir cada uno de los lunares de su cuerpo entre sí, la belleza de la danza inmóvil que sus dientes representan anclados a sus encías... Yo les pongo ejemplos, les aporto ideas, ya cada uno de ustedes desarrollarán su particular plan, pero no lo hagan de un modo predeterminado, que sus mentes les lleven por donde quieran, ellas sabrán dónde ir. A todo esto, no desatiendan su chocolate. Ya ven, les traigo remedios sencillos para sobrellevar sus existencias: una bebida caliente y espesa y una escapada mental. Solo tengan cuidado con la frecuencia con la que deciden ejecutar esta práctica, pueden  sufrir una disminución de la vivencia de su realidad y decidan quedarse en esa otra realidad a la que viajen por ser mucho más confortable, acompañado todo del sobrepeso derivado del insistente consumo de chocolate.

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