Publicado en El Día de Zamora el 12 de septiembre de 2014.
Permítanme
que hoy tome prestados para mi artículo algunos pensamientos y palabras del
filósofo y escritor rumano Emil Cioran. Según el D.R.A.E., el insomnio se
define como “vigilia, falta de sueño a la hora de dormir”. En pocas palabras, la Real
Academia de la Lengua nos acota todo un mundo que se nos abre ante la privación
del sueño. Cuando uno duerme de un modo plácido, a pierna suelta que diríamos
de manera más común, es consciente del paso de los días y de la vida en sí
porque entre uno y otro hay un periodo de interrupción que consiste en el
sencillo acto de dormir. Ahora bien, si se nos priva del sueño, los días
transcurren seguidos, sin interrupciones, dejan de ser entidades temporales de
24 horas para constituirse en elementos de duración indeterminada, y el ser
humano no está preparado para eso. Si a la lucidez de la que tenemos que hacer
gala a diario no le damos una pequeña tregua, esa inconsciencia del sueño pasa
a ser consciencia. Consciencia de nuestra existencia, de nuestra vida, de
nuestras miserias, de la existencia de los demás, de las vidas de los demás, de
las miserias de los demás. La batalla diaria de la vida solo es asumible si se
nos concede la facultad, el privilegio, del olvido, y el sueño nos sirve para,
durante el tiempo que dura, olvidarnos de esa lucha y reparar las heridas
sufridas en el día anterior y así, con renovadas fuerzas, hacer frente de nuevo
a la vida. La vida solo resulta posible gracias a ese olvido. Sin el olvido,
con la presencia del insomnio, la lucidez se sucede de manera continua, en
jornadas temporales que no podemos llamar días porque su ciclo es impreciso,
casi eterno, y, poniéndome un poco vulgar, eso no hay dios que lo aguante. Si,
a sabiendas de que la batalla diaria la tenemos perdida con resultado, antes o
después, de muerte, la conciencia de tal realidad sin interrupciones se
convierte en un acto más allá de lo heroico, en una concatenación de
situaciones insoportables, y provoca que nos encontremos en un eterno conflicto
con nosotros mismos y con los demás, con toda esa gente que, afortunados ellos,
tienen la capacidad de poder dormir. Que descansen en paz.
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