El crepúsculo de los dioses.



                  Publicado en El Día de Zamora el 5 de septiembre de 2014.

        Pues aquí estamos. Hemos vuelto a la normalidad, y por lo que parece, también hemos sobrevivido a su primera semana. Para celebrarlo, retomé mis habituales paseos por Valorio, y allí, en un lugar recóndito, me encontré con Pujol. Sí amigos, el otrora Muy Honorable Señor, Molt Honorable Senyor que dicen por allá, había aprovechado nuestro pequeño bosque para esconderse de la prensa y de los escraches vecinales. Tras el susto mutuo que nos llevamos al encontrarnos de sopetón, le saludé y le pregunté qué demonio hacía aquí, tan lejos de su Cataluña natal, y me contestó, más bien me farfulló, que estaba siendo perseguido, y que para escapar había tenido que dejar su residencia de Queralbs en Gerona y que donde pensaba que no iban a encontrarlo era aquí. Ya ven, amigos, Zamora de nuevo como alfombra para esconder bajo ella la basura… Me contó que de un tiempo a esta parte, él ya no luchaba por sobrevivir, sino por sobrevivirse. Le contesté que si por sobrevivirse se refería a dejar de sí una imagen egregia, había fracasado. Como el protagonista de “Muerto al llegar”, Pujol fue envenenado, en este caso por su propia mano, al autoinculparse de que tanto él como su familia tuvieron en el extranjero una fortuna sin declarar. No será él el que tenga que descubrir quién lo ha envenenado, sino la Audiencia Nacional, pero sí coincide este caso con el de la película que les cito en que todo el mundo que rodea al Sr. Pujol, parece guardar un secreto, su clan parece resultar culpable de varios delitos, y el mal salpica hasta a su mujer. En su libro “Historia de una convicción”, Pujol nos cuenta que su origen es el de la pequeña burguesía de pueblo, ahorradores y sentimentales, que aspira a promocionar, a subir, a que los hijos sean más que los abuelos y los nietos más que los hijos, pero a través del trabajo e incluso de la aceptación del riesgo y sus consecuencias. Siguiendo con la cosa cinéfila, Pujol se ha convertido en una Norma Desmond cualquiera. Si la ambición es sana, porque despierta el lado creativo de la voluntad de poder; la codicia es ciega y, a la larga, autodestructora. Y usted, Sr. Pujol, se ha caído de un pedestal muy alto.

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