Publicado en El Día de Zamora el 18 de julio de 2014.
El otro día discutía con un conocido acerca de la ausencia de silencio
que nos rodea. Y es que en contra de lo que la tradición nos dice, el silencio
ya no nos envuelve ni nos atrapa, hoy día nos encontramos presos dentro de una
burbuja de ruido que nos impide tanto comunicarnos con terceros como con
nosotros mismos. No es que yo venga a reivindicar el hecho de tener que hablar
con otras personas, lo cual me suele resultar la mayoría de las veces entre
molesto y confuso, pero sí reivindico la posibilidad de poder sentarme a leer
un libro y poder escuchar todas esas palabras que lo conforman penetrar en mi
cerebro, cobrar sentido, o ser capaz por mí mismo de retorcer su significado original
para adaptarlo a lo que yo quiera entender. Reconozco que no hablo en un tono
elevado, más bien lo contrario, pero es que soy incapaz de comprender la
necesidad de gritarnos para tener que escucharnos, lo veo un contrasentido en
sí mismo. Ahora, claro, si le dan una vuelta a esta última reflexión, hablarse
a voces en un mundo rodeado de ruido, no hace más que alimentar esa esfera, o
cubo, o pirámide truncada, me da igual la figura geométrica que ustedes quieran
adoptar, en la que estamos atrapados. También resulta curioso que ese caos
sonoro haya sido capaz de llegar a formar una figura geométrica tridimensional,
pero ya ven hasta qué punto el ruido ha evolucionado a nuestro alrededor y nos
ha invadido sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Insisto en que con esto no
estoy intentando provocar que ustedes pasen a un plano más avanzado de la
comunicación, más bien todo lo contrario. No veo necesario que tengan que
contarse qué han desayunado, qué compraron en las rebajas, cuándo hicieron sus deposiciones, el coito, o con quién. Miren
que odio madrugar, pero me procura cierto placer levantarme pronto y salir a
dar una vuelta por la calle, donde todo es silencio. Bien es cierto que ese
placer se complementa con que paseo en soledad, lo cual me permite fantasear
con que todos ustedes se han extinguido, que un virus se ha deshecho de la
humanidad, incluso evaporando sus cadáveres. Ya no tengo ni que escucharlos ni
que olerlos.
Ojalá un virus así.
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es obligatorio.
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